Los sabores de un pueblo mágico

Una de mis mayores motivaciones para conocer un lugar es degustar su gastronomía. Los olores, sabores y colores de la cocina de una región o ciudad puedan recrearme toda el ambiente vivido en ese lugar sin necesidad de tener una postal o una fotografía.
Algo así ha pasado con mi visita a Pátzcuaro Michoacán y los gratos recuerdos que tengo de ese lugar. El lugar es bello de principio a fin, con grandes y frondosos árboles que custodian la carretera principal, oscureciendo con su sombra las calles y produciendo un alegre sonido al contacto con las ráfagas de viento que acompañan nuestro caminar al ingresar al poblado.

Uno a uno van apareciendo las casas de tejas, las iglesias, los parques y las tiendas de artesanías que expenden productos de fina madera cuyo color rojo ambar no permiten otra cosa si no pensar en cómo es posible que exista un trabajo tan maravilloso y poco conocido en el resto del país.
Llegando al centro o plaza principal de Pátzcuaro lo primero que salta a la vista es la gran diversidad de comida y opciones para saciar el apetito o darse gusto con algún postre típico. Así aparecen delante de mi nieves, gelatinas, churros, ates, pan, tacos y hasta mariscos.

Todo es un remolino de olores, vapores y sonidos al rededor de los platillos típicos de este lugar, tan pintoresco que se ha ganado la denominación de «Pueblo Mágico».
Lo primero que pruebo son las corundas, una especie de tamal con queso, que se sirve bañado en crema y una salsa verde muy rica. El tamal tiene forma triangular y se sirve caliente, lo cual es bienvenido porque en esta época del año, Pátzcuaro es muy fresco aún sin llegar a ser frío.
Para cambiar un poco el sabor picoso y condimentado de las corundas, me dirijo a un puesto de gelatinas, donde es casi obligatorio probar las de jerez y leche con bastante rompope. El dulce de las gelatinas y el licor del rompope son una mezcla única, que recuerda mi infancia en San Luis. Es un sabor tan delicioso como un trozo de pay, sin ser tan pastoso,  y tan dulce como un caramelo, pero sin llegar a ser empalagoso. Ahora que escribo sobre las gelatinas, recuerdo las jericallas, que mi querida Patricia me ha contado venden en Xochimilco, pero que aun no he probado y espero pronto  saborear.
Y si faltara alguna frutita para redondear este primer encuentro gastronómico con Pátzcuaro, descubro algo llamado gazpacho. Es un refrigerio, por llamarle de alguna manera, que consiste en una mezcla única de mango, jícama, piña, coco y jugo de naranja. Esto se mezcla y se sirve en un vaso, para finalmente añadir queso añejo rallado y un toque de chile en polvo. Es riquísimo, con un sabor parecido al esquite, pero ligeramente dulce por el mango y la piña. Muy refrescante si se come a medio día.
La variedad de comida y sabores del lugar es abrumadora. La barbacoa de res con su consomé jugoso y caliente, los tacos de carne de res con cebolla, cilantro y salsa verde, las nieves de rosa o coco, los charales, las gorditas fritas, el pescado blanco, los chongos de leche, miel y canela, las sopa tarasca y varias decenas de platillos y postres que sin duda me harán recordar este hermoso «pueblo mágico» por mucho tiempo.

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