Reflexiones sobre la naturaleza

Viajar permite conocer nuevos lugares, agudizar nuestros sentidos, experimentar formas de vivir diferentes y entrar en contacto con nuestros orígenes.

Esto último sucede generalmente cuando tenemos la oportunidad de ir de día de campo, de ir de caminata al bosque o de acampar en una playa. Para quien tiene plena conciencia de que lo importante es conocer la vida en contacto con la naturaleza,  las comodidades no importan y lo fundamental es tratar de pasar los días de la manera más simple y tranquila posible.

Esto me ocurrió en abril pasado en un viaje al que me invitaron una pareja de amigos que viven en Quintana Roo, en la costa del mar caribe. De espíritu aventurero todos los que aceptamos la invitación, decidimos acampar en una playa cercana al poblado de Mahahual. Un lugar muy bello donde se junta el mar y la desembocadura de una laguna. En este lugar comienza el parque nacional «Arrecifes de Xcalak», un lugar con playas de arena blanca, espacios con manglar y una gran barrera de arrecifes.

Una de las cosas que llamó mi atención fueron los señalamientos que prohibían expresamente cualquier tipo de pesca, el uso de lanchas de motor y la captura de caracol y langosta en períodos de veda bien establecidos. Los pescadores del lugar nos explicaron que esas actividades están reguladas por las autoridades de protección al ambiente a nivel federal y que los lugareños tienen permisos especiales para llevar a cabo cierto tipo de pesca pero para los visitantes, éstas actividades están prohibidas.

La razón de estas restricciones es que muchas especies del mundo marino han sido sobreexplotadas llegando al punto de su extinción. Por ejemplo, hace ya más de una década, en los restaurantes de Quintana Roo era muy común pedir cebiche de caracol, un platillo preparado a base de un molusco que vive cerca de los arrecifes y que puede sacarse con solo sumergirse en el mar. El sabor del cebiche era exquisito y todos los fines de semana en todas las épocas del año muy demandado por lo comensales. Actualmente el caracol está en peligro de extinción y es que un animal de esta especie tarda hasta 80 años en completar su ciclo de vida y ese ciclo se ha visto interrumpido por una mayor demanda del molusco impidiendo su reproducción y consumiéndolo a un rito tan acelerado que hoy en día es difícil ver caracoles adultos, según nos explicaban.

Otro caso similar es el de la langosta, que antes se encontraba en grandes cantidades en la zona de arrecifes, pero que dado el alto consumo de la especie, se ha alterado su ciclo de vida y su número ha decrecido.

Lamentablemente algunos pescadores de la zona siguen extrayendo este tipo de organismos, debido a que les representa un ingreso económico y es el único modo que conocen para ganarse la vida. Sin embargo, creo que este tipo de actitudes se pueden revertir, enseñando a los pescadores la importancia de la conservación del ecosistema marino y por otro lado, capacitándolos para cambiar las pesca indiscriminada por el turismo ecológico.

La vida en todas sus formas nos demuestra que aún tenemos que aprender mucho de la naturaleza. La vida en los arrecifes, llenos de plantas marinas, pequeños peces, grandes depredadores y minúsculas partículas de plancton, forman un entramado  que es la base de la vida en el planeta. Me gustaría mucho que mis hijos y las generaciones venideras tuvieran la oportunidad de ir de nuevo a estas playas, sumergirse en el mar y ver todas estas cosas que pude observar en este viaje. Pero si se continúa depredando el fondo marino al ritmo actual, dudo que mis hijos puedan hacerlo.

Durante nuestra estancia consumimos solo pescado recién capturado por los lugareños. Aunque las especies que comimos no están dentro de las prohibiciones de pesca, no dejé de pensar la cantidad de alimento que se requiere para mantener una población de humanos tan grande como la que existe. Casi 7 mil millones de personas. El tiempo requerido para capturar, limpiar y cocinar nuestros alimentos en los días en que acampamos, dista mucho de lo que una persona que vive en la ciudad utiliza.

Cuando abrimos un refrigerador y calentamos nuestra comida o cena, pocas veces reflexionamos en el gasto de energía que implica obtener todo cuanto comemos. Ojalá que de alguna manera, seamos más conscientes de que todo cuanto comemos requiere una gran inversión de tiempo y esfuerzo para su producción o extracción. Quizás cuando tomemos conciencia de ello, estaremos en posibilidad de entender que estamos sobreexplotando los recursos del planeta y que por nuestro propio bien, debemos regular el ritmo de consumo de éstos recursos.